Empezamos con la que posiblemente fue la mejor película del año. La última creación del director polaco Paweł Pawlikowski, tuvo el aval del premio a la mejor dirección del último Festival de Cannes.
Cold War cuenta la apasionada historia de amor, surgida en la Polonia de la posguerra, entre el pianista y culto Wiktor (Tomasz Kot) y una desesperada chica de pueblo y pasado problemático, Zula (Joanna Kulig).
Contada a través de retazos de la vida de los protagonistas, asistimos al peculiar desarrollo de la relación: un tobogán de encuentros y desencuentros a lo largo de los años 50, a través de Polonia, pero también Berlín, París o Yugoslavia. Todo contado con clasicismo y unas imágenes bellísimas.
Pawlikowski vuelve a recurrir a un precioso blanco y negro, al igual que sucedía en su anterior película, Ida (2013), aquella tremenda historia de una novicia a la búsqueda de su pasado familiar, y que ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
El resultado final es una película increíblemente hermosa, una obra extraordinaria donde cada escena, cada plano, cada instante de esta historia, es una pequeña obra de arte.
¡Cómo no quedar conmovido por la pasión, la belleza y la tristeza de la que hemos sido testigos, tras uno de los desenlaces más hermosos, románticos y trágicos que podemos recordar!
El director Rodrigo Sorogoyen, tras la inquietante Stockholm (2013) y el trepidante policiaco Que dios nos perdone (2016), y nuevamente junto a su guionista de confianza, Isabel Peña; da un paso adelante en su filmografía y se embarca en una demoledora radiografía de la podredumbre del sistema en el que vivimos.
La trama está a la orden del día: Manuel López Vidal es un político autonómico de la Comunidad Valenciana con aspiraciones nacionales que, tras destaparse un proceso judicial por corrupción en su contra, ve cómo su carrera y su vida desaparecen bajo sus pies. Los espectadores seremos testigos de su desesperado intento de agarrarse a su puesto, aún a costa de tirar de la manta.
La película es un paseo, primero de forma pausada, por ese reino ilusorio y perecedero donde los corruptos se creen los amos y hacen y deshacen según su capricho, y el resto de los mortales pagamos la fiesta. Es en la segunda parte cuando Sorogoyen saca a a relucir ese ritmo vertiginoso que le ha hecho famoso: una pesadilla enfebrecida de persecuciones y amenazas, mientras la cámara persigue cada vez más enajenada y cerrada a nuestro protagonista en su huida a ninguna parte.
Antonio La Torre, nuevamente sobresaliente y ya hemos perdido la cuenta, encabeza un reparto extraordinario que funciona al milímetro, potenciado por unos diálogos eléctricos, en medio de la desasosegante banda sonora del colaborador habitual, Olivier Arso.
El resultado final es impecable, una gran película, una necesaria y dura crítica al sistema que usa de forma magistral los códigos y los tiempos del suspense, y que sólo tiene un momento de balbuceo en el panfletario monólogo final.
Todos lo saben es la última obra de uno de los mejores cineastas de la actualidad: el iraní Asghar Farhadi, ganador de dos premios Oscar por películas fundamentales de este comienzo de siglo como son Nader y Simin, una separación (2011) y El cliente (2017).
En esta ocasión ha dejado su tierra natal para rodar en el extranjero, en concreto en España, al igual que hizo anteriormente en Francia con la apasionante y terrible El pasado (2013).
Todos lo saben comienza con una celebración familiar, una boda, en un pueblo castellano, donde se produce el reencuentro con una hermana de la novia que emigró a Argentina. La fiesta se interrumpe brutalmente al constatarse que la hija de la emigrada ha desaparecido. La han secuestrado y resulta evidente que los autores pertenecen al entorno más cercano.
La película vira bruscamente, y deja atrás el jolgorio y la alegría inicial, para conducirnos a una pesadilla de dudas y sufrimiento, sospechas de culpabilidad y recuerdos de un pasado donde ocurrieron cosas trascendentes que marcaron para siempre a la comunidad.
Farhadi ha reclutado a lo mejorcito del cine español: Javier Bardem, Eduard Fernández, Bárbara Lennie, Penélope Cruz, Inma Cuesta…con el añadido estelar de Ricardo Darín. Actores magníficos al servicio de la gran sensibilidad de este director, que dotan a la película de una naturalidad y credibilidad insuperable.
Misterio, sentimientos al límite, recovecos del alma humana y un clima de angustia que nos envuelve hasta el final del film. Los rasgos característicos del cine de este formidable director que nunca defrauda.
Se trata del último film de Matteo Garrone, el director italiano reconocido mundialmente por su obra Gomorra (2008).
La historia se desarrolla en los suburbios de Roma, donde seguimos los pasos a un humilde cuidador de perros; un hombre torpe y débil que ha encontrado su lugar en el mundo, pero que va a tener que tratar con un descontrolado y agresivo delincuente que intenta avasallarlo.
Marcello Fonte es el actor encargado de poner cara y físico a nuestro protagonista, y lo hace de forma sobresaliente creando uno de los personajes más importantes de los últimos años. Su mirada desamparada, su físico enclenque y su mirada tragicómica, inevitablemente, se quedarán en nuestro recuerdo. Su actuación recibió los máximos galardones de interpretación en el Festival de Cannes y en los premios del Cine Europeo.
El director ha conseguido mezclar con acierto el neorrealismo italiano con el lenguaje simbólico de los cuentos tradicionales, creando una obra que parece pequeña y simple pero que se convierte en universal.
Atención también a la preciosa fotografía de Nicolai Brüel.
Estamos ante la ópera prima del director danés, que también firma el guion, Gustav Möller.
Se trata de The guilty, un original, claustrofóbico y absorbente thriller que se llevó el premio del público en la última edición del Festival de Sundance.
El metraje apenas llega a los 85 minutos y la historia resulta, de entrada, sencilla y sugerente: un oficial de policía ha sido relegado a operador del servicio de emergencias. Durante su rutina nocturna recibe una misteriosa llamada de una mujer. Su intuición y experiencia le llevan a pensar que se trata de un secuestro encubierto. A partir de este momento comenzará la búsqueda a distancia de la víctima, mientras que el propio policía tendrá que enfrentarse, al mismo tiempo, a sus propios demonios.
La originalidad de la propuesta radica en que prácticamente la cámara apenas se separa de nuestro protagonista, un Jakob Cedergren portentoso, en ocasiones reducido a un rostro cuya expresividad traspasa la pantalla (suspiros, cambios de expresión, de mirada…). En este sentido la película se entronca con otras películas recientes como Buried (2010) o Locke (2014).
Es el espectador al que nos toca imaginarnos aquello que no vemos pero escuchamos o creemos escuchar. The guilty demuestra que en ocasiones menos puede ser más y que unos mimbres sencillos, sin apenas parafernalia, pueden mantenernos sin parpadear toda la película.
El director ha conseguido una trama inteligente, de una intensidad milimetrada y un progresivo suspense, ayudado por un montaje que no decae en ningún momento y un trabajo de edición sonoro maravilloso; dejando para el final una sorpresa completamente inesperada, que nos deja con un nudo en el estómago.
¡Nos vemos en el cine!