Cuando nos dejamos arrastrar a la perdición

En ciertas ocasiones de la vida, nos encontramos ante situaciones que sabemos que no nos van a llevar a ningún puerto, que nos van a traer alguna pérdida o desgracia, sino directamente, en casos extremos, a la ruina o la muerte…pero de alguna manera poderosa e irresistible, no podemos frenarnos, apartarnos y dejar que ese tren que se precipita al abismo pase de largo.

Ni pensándolo fríamente, ni sopesando los efímeros premios que podríamos obtener frente al evidente riesgo, somos capaces de parar esa llamada de la selva. Quizás en el fondo nos creemos tan especiales que pensamos que saldremos airosos. Normalmente, nos equivocamos.

En el cine negro, ése que relacionamos principalmente con las décadas de los treinta a los cincuenta, con la fotografía en blanco y negro en todos sus matices, con los detectives privados con sombrero y gabardina, las mujeres fatales, la violencia y las grandes pasiones dentro de un microcosmos urbano y opresivo… no es difícil encontrar situaciones y ejemplos de lo anteriormente citado.

Me vienen a la cabeza dos obras maestras indiscutibles del género: Perdición, de Billy Wilder y Retorno al pasado, de Jacques Tourneur.

En Perdición (Double Indemnity, 1944), un espabilado agente de seguros, interpretado por Fred McMurray, se deja arrastrar por uno de los mayores arquetipos de femme fatale de la historia del cine, Barbara Stanwyck. Ella utilizará todos sus encantos (atención a la cadena del tobillo) para convencerle de asesinar a su marido y cobrar, a medias, la altísima indemnización del seguro de vida de éste. Y él, se dejará atrapar… Pero, ¿por qué lo hace si sabe, casi con total seguridad, que la historia no puede acabar bien? Él es un tipo listo y enseguida se da cuenta del juego de ella, e incluso en un primer momento la rechaza indignado; pero no puede quitársela de la cabeza y comienza a pensar en cómo cometer el crimen perfecto…Finalmente,  parece que es la lujuria o el ansia de dinero lo que le impulsa hacia la perdición, o quizás el orgullo de salir victorioso al intentar engañar a su compañero y amigo, el detective de la aseguradora. En definitiva, su condición humana.

Por su parte, en Retorno al pasado (Out of the past, 1947), un ex-detective privado, interpretado por un memorable Robert Mitchum, que se oculta y rehace su vida junto a una mujer en un olvidado pueblo, regentando un taller y una gasolinera, es encontrado por uno de los secuaces de un mafioso, para quien trabajó hace años. Esto le arrastrará a volver a su antiguo mundo, aún a sabiendas que le espera la más que posible venganza de su antiguo jefe y el reencuentro con la mujer de éste, una Jane Greer en todo su esplendor, con la que se fugó en el pasado.

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Dentro de la ambigüedad general de la película es difícil entender por qué accede a volver, sabiendo lo que le espera: ¿intenta arreglar lo que dejó pendiente y seguir adelante con su nueva vida?,  ¿o volver con la mujer que amó?  ¿o porque simplemente le resultaba inevitable…?

Como curiosidad, la última escena de la película recoge un acierto de guión portentoso, lo que mucha gente reconoce como una de las más bonitas mentiras de la historia del cine.

En definitiva, dos películas maravillosas que reflejan perfectamente las miserias humanas, y que desde aquí os recomiendo encarecidamente. ¡Hasta pronto!

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