Categoría: Cine

5 películas de 2018 para recordar

  • COLD WAR

Empezamos con la que posiblemente fue la mejor película del año. La última creación del director polaco Paweł Pawlikowski, tuvo el aval del premio a la mejor dirección del último Festival de Cannes.

Cold War cuenta la apasionada historia de amor, surgida en la Polonia de la posguerra, entre el pianista y culto Wiktor (Tomasz Kot) y una desesperada chica de pueblo y pasado problemático, Zula (Joanna Kulig).

Contada a través de retazos de la vida de los protagonistas, asistimos al peculiar desarrollo de la relación: un tobogán de encuentros y desencuentros a lo largo de los años 50, a través de Polonia, pero también Berlín, París o Yugoslavia. Todo contado con clasicismo y unas imágenes bellísimas.

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Pawlikowski vuelve a recurrir a un precioso blanco y negro, al igual que sucedía en su anterior película, Ida (2013), aquella tremenda historia de una novicia a la búsqueda de su pasado familiar, y que ganó el Oscar a la mejor película de habla no inglesa.

El resultado final es una película increíblemente hermosa, una obra extraordinaria donde cada escena, cada plano, cada instante de esta historia, es una pequeña obra de arte.

¡Cómo no quedar conmovido por la pasión, la belleza y la tristeza de la que hemos sido testigos, tras uno de los desenlaces más hermosos, románticos y trágicos que podemos recordar!

  • EL REINO

El director Rodrigo Sorogoyen, tras la inquietante Stockholm (2013) y el trepidante policiaco Que dios nos perdone (2016), y nuevamente junto a su guionista de confianza, Isabel Peña; da un paso adelante en su filmografía y se embarca en una demoledora radiografía de la podredumbre del sistema en el que vivimos.

La trama está a la orden del día: Manuel López Vidal es un político autonómico de la Comunidad Valenciana con aspiraciones nacionales que, tras destaparse un proceso judicial por corrupción en su contra, ve cómo su carrera y su vida desaparecen bajo sus pies. Los espectadores seremos testigos de su desesperado intento de agarrarse a su puesto, aún a costa de tirar de la manta.

La película es un paseo, primero de forma pausada, por ese reino ilusorio y perecedero donde los corruptos se creen los amos y hacen y deshacen según su capricho, y el resto de los mortales pagamos la fiesta. Es en la segunda parte cuando Sorogoyen saca a a relucir ese ritmo vertiginoso que le ha hecho famoso:  una pesadilla enfebrecida de persecuciones y amenazas, mientras la cámara persigue cada vez más enajenada y cerrada a nuestro protagonista en su huida a ninguna parte.

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Antonio La Torre, nuevamente sobresaliente y ya hemos perdido la cuenta, encabeza un reparto extraordinario que funciona al milímetro, potenciado por unos diálogos eléctricos, en medio de la desasosegante banda sonora del colaborador habitual, Olivier Arso.

El resultado final es impecable, una gran película, una necesaria y dura crítica al sistema que usa de forma magistral los códigos y los tiempos del suspense, y que sólo tiene un momento de balbuceo en el panfletario monólogo final.

  • TODOS LO SABEN

Todos lo saben es la última obra de uno de los mejores cineastas de la actualidad: el iraní Asghar Farhadi, ganador de dos premios Oscar por películas fundamentales de este comienzo de siglo como son Nader y Simin, una separación (2011) y El cliente (2017).

En esta ocasión ha dejado su tierra natal para rodar en el extranjero, en concreto en España, al igual que hizo anteriormente en Francia con la apasionante y terrible El pasado (2013).

Todos lo saben comienza con una celebración familiar, una boda, en un pueblo castellano, donde se produce el reencuentro con una hermana de la novia que emigró a Argentina. La fiesta se interrumpe brutalmente al constatarse que la hija de la emigrada ha desaparecido. La han secuestrado y resulta evidente que los autores pertenecen al entorno más cercano.

La película vira bruscamente, y deja atrás el jolgorio y la alegría inicial, para conducirnos a una pesadilla de dudas y sufrimiento, sospechas de culpabilidad y recuerdos de un pasado donde ocurrieron cosas trascendentes que marcaron para siempre a la comunidad.

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Farhadi ha reclutado a lo mejorcito del cine español: Javier Bardem, Eduard Fernández, Bárbara Lennie, Penélope Cruz, Inma Cuesta…con el añadido estelar de Ricardo Darín. Actores magníficos al servicio de la gran sensibilidad de este director, que dotan a la película de una naturalidad y credibilidad insuperable.

Misterio, sentimientos al límite, recovecos del alma humana y un clima de angustia que nos envuelve hasta el final del film. Los rasgos característicos del cine de este formidable director que nunca defrauda.

  • DOGMAN

Se trata del último film de Matteo Garrone, el director italiano reconocido mundialmente por su obra Gomorra (2008).

La historia se desarrolla en los suburbios de Roma, donde seguimos los pasos a un humilde cuidador de perros; un hombre torpe y débil que ha encontrado su lugar en el mundo, pero que va a tener que tratar con un descontrolado y agresivo delincuente que intenta avasallarlo.

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Marcello Fonte es el actor encargado de poner cara y físico a nuestro protagonista, y lo hace de forma sobresaliente creando uno de los personajes más importantes de los últimos años. Su mirada desamparada, su físico enclenque y su mirada tragicómica, inevitablemente, se quedarán en nuestro recuerdo. Su actuación recibió los máximos galardones de interpretación en el Festival de Cannes y en los premios del Cine Europeo.

El director ha conseguido mezclar con acierto el neorrealismo italiano con el lenguaje simbólico de los cuentos tradicionales, creando una obra que parece pequeña y simple pero que se convierte en universal.

Atención también a la preciosa fotografía de Nicolai Brüel.

  • THE GUILTY

Estamos ante  la ópera prima del director danés, que también firma el guion, Gustav Möller.

Se trata de The guilty, un original, claustrofóbico y absorbente thriller que se llevó el premio del público en la última edición del Festival de Sundance.

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El metraje apenas llega a los 85 minutos y la historia resulta, de entrada, sencilla y sugerente: un oficial de policía ha sido relegado a operador del servicio de emergencias. Durante su rutina nocturna recibe una misteriosa llamada de una mujer. Su intuición y experiencia le llevan a pensar que se trata de un secuestro encubierto. A partir de este momento comenzará la búsqueda a distancia de la víctima, mientras que el propio policía tendrá que enfrentarse, al mismo tiempo, a sus propios demonios.

La originalidad de la propuesta radica en que prácticamente la cámara apenas se separa de nuestro protagonista, un Jakob Cedergren portentoso, en ocasiones reducido a un rostro cuya expresividad traspasa la pantalla (suspiros, cambios de expresión, de mirada…). En este sentido la película se entronca con otras películas recientes como Buried (2010) o Locke (2014).

Es el espectador al que nos toca imaginarnos aquello que no vemos pero escuchamos o creemos escuchar. The guilty demuestra que en ocasiones menos puede ser más y que unos mimbres sencillos, sin apenas parafernalia, pueden mantenernos sin parpadear toda la película.

El director ha conseguido una trama inteligente, de una intensidad milimetrada y un progresivo suspense, ayudado por un montaje que no decae en ningún momento y un trabajo de edición sonoro maravilloso; dejando para el final una sorpresa completamente inesperada, que nos deja con un nudo en el estómago.

¡Nos vemos en el cine!

Una delicia cinematográfica

Lumière! L’aventure commence (2016), es el título de un maravilloso documental sobre los inicios del cine, producido por el cineasta Bertrand Tavernier y dirigido por Thierry Frémaux, que hace además de guía y narrador.

La película nos lleva de la mano de manera hipnótica por 104 de las más de 1000 filmaciones que durante diez años (1895-1905) realizaron los hermanos Lumière con su recién inventado cinematógrafo.

Es sorprendente la riqueza de cada una de estas filmaciones de 50 segundos, en plano fijo, encuadrando siempre de forma magistral la acción a pesar de no existir visor, con una profundidad de campo admirable, y que suponen un testimonio notorio del espíritu de una época.

No cabe ninguna duda que los Lumiére fueron mucho más que inventores: fueron  cineastas que comenzaron a crear el lenguaje cinematográfico que hoy todos conocemos a fuerza de imaginación: los primeros travelling, sencillos montajes, primeros planos para enfatizar la narración, una puesta escena cuidada…soluciones estéticas que reconocemos en obras maestras del cine muy posteriores.

Gracias a la inquietud de los hermanos Lumière, que enviaron operarios por todo el mundo, las películas nos llevan por lugares lejanos para aquel final del siglo XIX: desde las pirámides de Egipto a Nueva York, desde Biarritz a Vietnam, de Berlín a Jerusalén…siguiendo la vida cotidiana de las gentes, sus costumbres y tradiciones, la risa y los juegos; todo trufado de un lirismo y una inocencia que acaba por encandilarnos.

Además, el narrador Thierry Frémaux, con su voz acaramelada, nos guía para descubrir los secretos de cada película y fijarnos en los detalles, con sus comentarios ilustrados e inteligentes.

En la retina quedan la familia de acróbatas y los militares franceses bailando, los niños tirándose al mar desde el pantalán o jugando a las canicas en un descampado, los travelling por el Sena o el Gran Canal de Venecia, las clases bajas trabajando en las fábricas o el colonialismo en Asia…en definitiva, pequeñas explosiones de vida a 24 fotogramas por segundo.

 

 

 

Toda una maravilla. Un acontecimiento que nadie que le apasione el cine, o la vida, puede perderse…

¡Hasta pronto!

Mis últimas pelis clásicas

Hay una serie de películas recientes, de los últimos seis años, que me acompañan constantemente; que vuelvo a recordarlas, a pensar en algún personaje o en una situación de forma recurrente. Son películas llenas de calidad  y con gran poder de fascinación. Podría decir que se han convertido en clásicos en muy poco tiempo, algo poco frecuente y sólo al alcance de las películas más especiales.

Todas ellas son formalmente muy diferentes entre sí, pero tienen un hilo común: el hablar de forma honesta y sin tapujos de nosotros mismos, de las miserias y las grandezas de las vidas humanas. Funcionan como lecciones de existencia. Te hacen pensar; están llenas de enseñanzas.

Son bellas y emocionantes, pero a la vez duras y descreídas con el mundo. Sus personajes son héroes llenos de claroscuros, Ícaros caídos, muchas veces en el barro.

Estas son las últimas películas que me rondan y me apasionan:

  • EL ÁRBOL DE LA VIDA (The tree of life, 2011), de Terrence Malick.

Una obra magna, espectacular y ambiciosa. Desde el origen del universo hasta el discurrir de la vida de una familia americana. Una madre bondadosa, un padre enérgico, una infancia contada como nunca se ha visto en el cine.

La fe, el dolor, el amor…los grandes temas, entre música e imágenes bellísimas. Fascinante.

 

  • AMOUR (Amour,  2012) de Michael Haneke.

Una pareja de ancianos en el ocaso de sus vidas, tienen que hacer frente a la enfermedad degenerativa de uno ellos, prácticamente de forma solitaria.

Dentro de un apartamento parisino, la ternura, las miradas, los pequeños gestos…la enfermedad y el sufrimiento, inundan de poesía los fotogramas de esta conmovedora película. Y al final, como siempre, está la muerte.

 

  • LA GRAN BELLEZZA (La grande bellezza, 2013), de Paolo Sorrentino.

Radiografía de la actual Roma, siempre tan felliniana; a mitad camino entre la frivolidad y la decadencia, entre lo humano y lo divino. Toda la belleza del mundo puede aparecer en un paseo al amanecer junto al Tíber, en un patio de naranjos de un convento o en el olor de las habitaciones de los palacios viejos.

Y como cicerone en esta inmersión romana, Jep Gambardella (un Toni Servillo inconmensurable), un escritor descreído, lúcido y sabio; lleno de contradicciones como nos sucede a todos. Un personaje para la eternidad.

 

  • LA VIDA DE ADÈLE (La vie d’Adèle, 2013).

La película acompaña la intensa historia de amor entre dos mujeres, jóvenes y guapas, durante las distintas etapas de relación: desde el flechazo y los descubrimientos iniciales, hasta las dudas y los desengaños que precipitan la ruptura, pasando por la embriaguez y el gozo de la pasión y el sexo juntas.

Amargas lecciones de vida y cicatrices difíciles de cerrar, en una película descarnada que te hace empatizar con las protagonistas y vibrar desde el primero al último instante.

 

  • HER (Her, 2013), de Spike Jonze.

Radiografía de la soledad en las sociedades modernas, donde un tímido escritor de cartas de amor para terceros, se enamora de un sistema operativo informático, que le hará vivir intensamente y le sacará de la maldita rutina que nos inunda a todos.

Joaquín Phoenix hace un maravilloso ejercicio de contención en esta emotiva y delicada historia de amores imposibles.

 

  • LA HABITACIÓN (Room,  2015) de Lenny Abrahamson.

Una madre y un hijo crean un mundo propio, lleno de magia y complicidades, para sobrevivir a un horror, que de entrada no entendemos.

Si en los cuentos clásicos la eliminación del ogro suele ser el punto final y feliz de la historia, en este caso no sucede así. Hay secuelas y un camino lleno de obstáculos para encontrar la ansiada felicidad. Una película inolvidable.

 

¿Las habéis visto todas? ¿Os gustan tanto como a mí? ¿Las consideráis nuevos clásicos?

¡Hasta pronto!

 

 

Tarde para la ira

 

tarde_para_la_ira-821487359-largeUn poco tarde respecto a su estreno, pero por fin he podido ver la ópera prima del también actor, Raúl Arévalo, que tantas buenas críticas había leído y que ni mucho menos defrauda.

Nuevamente reivindico el Teatre Municipal de Benicàssim a la hora de disfrutar del buen cine. Entradas a 3€, películas de calidad y en V.O, una sala pequeña y libre de palomitas y refrescos…¿qué más se puede pedir?

Desde el minuto uno la película te agarra de la pechera y ya no te suelta hasta el rotundo final.

Un ritmo de rodaje febril, muchas veces con cámara en mano, un guión que funciona milimétricamente y un elenco de actores que no parecen actuar, simplemente ser: Antonio de la Torre (José),  Luis Callejo (Curro)…o el increíble Manolo Solo (Triana), componen una historia desasosegante; llena de pasión y violencia, de venganza sin posibilidad de redención.

 

Las películas que más me gustan suelen dejarme tocado al salir del cine. Ésta es una de ellas. No os la perdáis.

¡Hasta pronto!

 

 

 

Once películas españolas

Los prejuicios sobre el cine español son muchos y están muy extendidos: que si los temas son recurrentes, que si las películas son aburridas, que si son ligeras…excusas que denotan en muchos casos falta de conocimiento e ignorancia. Por supuesto, que se han hecho y se hacen películas malas, pero como en cualquier país.

La cinematografía española a lo largo de su historia ha tocado todos los géneros clásicos, en ocasiones con brillantez, ha contado con actores y actrices de primer orden, directores y guionistas reconocidos mundialmente, técnicos premiados en festivales o academias extranjeras.

Limitarse a confeccionar una lista de once películas (sin repetir el director, excepto con Berlanga por razones obvias) es un ejercicio muy complicado e injusto, por tener que dejar de lado películas que también me encantan y directores notables, pero a la vez apasionante por recordar tantas obras que te gustan.

Éstas son a día de hoy las once películas españolas que más amo. Ójala alguna de ellas os sirva como descubrimiento:

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– Plácido (1961), de Luis G. Berlanga

El estilo de Berlanga en estado puro: una película coral, de diálogos fluidos, con gran diversidad de personajes y situaciones, que encierra muchas más cargas de profundidad de lo que aparenta a simple vista.

Tras la campaña navideña de «Ponga un pobre en su mesa» se crea una radiografía despiadada de la sociedad española de esos años; llena de hipocresía, puritanismo, clasismo y desigualdad, que no deja títere con cabeza.

Cassen, López Vázquez, Aleixandre…son algunos de los actores inolvidables que componen esta obra que funciona de forma milimétrica y ya forma parte de la memoria colectiva española.

 

 

 

– La tía Tula (1964), Miguel Picazo

Aurora Bautista es Tula. La metáfora de tantas mujeres reprimidas sexual y emocionalmente durante el franquismo.

Con un prodigio de serenidad y sensibilidad, Miguel Picazo nos narra, basándose en una obra de Unamuno,  los sentimientos profundos de esta solterona empedernida, de cuyos sobrinos y cuñado pasa a hacerse cargo al fallecer su hermana, y el angustioso amor, esa sensación desconocida, que poco a poco va naciendo entre él y ella, y que irá reprimiendo por el que dirán de una sociedad puritana e limitada. Una maravilla.

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– El verdugo (1963), de Luis G. Berlanga.

Nuevamente la colaboración Berlanga-Azcona se acercó a la perfección con esta crítica feroz a la pena de muerte; llena de momentos hilarantes y humor negro. ¿Cómo no recordar los diálogos brillantes de los personajes de Pepe Isbert (el inigualable Amadeo) o de Jose Luis L. Vázquez («Cortador eclesiástico militar diplomado»)?

La escena final, en la que un Nino Manfredi aterrado se dirige al patíbulo es uno de los grandes momentos del cine mundial.

Para muchos, la mejor película de la historia del cine español.

 

– El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice.

La visión de la posguerra, de los derrotados que sobreviven en la profunda Castilla, a través de los magnéticos ojos de la niña Ana Torrent.

Evocación de la infancia y sus miedos, de la magia del cine que llega al pueblo con el pase de Frankestein…Erice nos regala una historia llena de lirismo, imágenes bellísimas, nostalgia contenida y recuerdos añorados.

 

– Furtivos (1975), de José L. Borau.

La película nos retrata un triángulo emocional descarnado: una madre dominante, encarnada por Lola Gaos; un hijo cazador furtivo, Ovidi Montllor; y una chica que aparece de repente, Alicia Sánchez, que romperá la rutina de la vida en el monte.

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La historia nos aboca a través de crudas imágenes y conversaciones sesgadas a un final inevitablemente fatal para los protagonistas.

Una película que queda en la memoria mucho tiempo después de su visionado.

 

– El desencanto (1976), de Jaime Chávarri.

Documental sobre la familia  de poetas Panero, en el que la viuda de Leopoldo Panero y vlcsnap-2011-03-04-10h18m05s149sus hijos hablan de sus recuerdos, sus vivencias en Astorga; de literatura y arte, de la figura capital del padre y la muerte de éste.

La obra comienza como un ejercicio hagiográfico reposado y va evolucionando hasta la pesadilla esquizofrénica final.  En un momento dado, uno de los hijos, Leopoldo María, toma el protagonismo absoluto de la película y comienzan los ajustes de cuentas, los trapos sucios familiares se destapan.

Genialidad y locura a partes iguales.

Una de las grandes joyas desconocidas de la cinematografía española.

 

 

– Los santos inocentes (1984), de Mario Camus.

Mario Camus, gran adaptador cinematográfico de obras literarias, llevó al cine la novela de Miguel Delibes de una manera ejemplar, cercana y cruda.

Rodeado de una serie de actores en estado de gracia, comandados por Paco Rabal y Alfredo Landa, Camus mantiene la narración fragmentada de la novela, relatándonos la mísera vida en los grandes latifundios de las dehesas españoles. Un mundo feudal, de señoritos (inolvidable el personaje de Juan Diego) y criados semiesclavos en pleno siglo XX.

¡ Milana bonita !

 

– Remando al viento (1988), de Gonzalo Suárez.

Gonzalo Suárez, también guionista de esta película rodada en lengua inglesa, crea una historia donde la fantasía y la realidad confluyen y se confunden.

A partir del hecho histórico de la redacción de la obra Frankestein por Mary Shelley en 1816, cerca de Ginebra, en compañía de Lord Byron y Percey B. Shelley; la película ahonda en el proceso de creación artístico.

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Citas literarias, una fotografía que recuerda cuadros de pintores románticos  y una banda sonora de Vaughan Williams y Thomas Tallis fascinante, componen un fresco lleno de emoción y pasiones inolvidable.

– Los lunes al sol (2002), Fernando León de Aranoa.

Los obreros en paro de los astilleros de Vigo, en plena crisis del sector naval, pasan el tiempo filosofando de lo humano y lo divino, en los bares, en el parque, en el ferry… Éste es el aparentemente sencillo argumento de una historia que no lo es tanto.

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Una galeria de personajes, encabezada por Javier Bardem, que destila credibilidad y autenticidad, mientras luchan para seguir adelante en la vida, sorteando todas las adversidades que les van surgiendo.

Es difícil no sentirse reflejado en cualquiera de ellos.

 

– Ficció (2006), de Cesc Gay.

Un director de cine de Barcelona, falto de ideas y en plena crisis existencial visita a unos amigos que viven en un pequeño pueblo del Pirineo. Este es el comienzo de esta intimista y sugerente película de Cesc Gay.

La historia retrata un fragmento de vida de un personajes entrañables; llena de silencios, donde priman las miradas y los pequeños gestos. Entre sus preciosas imágenes, sobrevuelan las canciones de Nick Cave y las piezas clásicas de Chopin o Debussy.

El protagonista, Eduard Fernández, se reivindica con una actuación tan contenida como uno de los mejores actores de la actualidad.

– La isla mínima (2014), de Alberto Rodríguez.

Una pareja de policías con personalidades, métodos y pasados casi antagónicos, acuden a las marismas del Guadalquivir a investigar un extraño caso de desapariciones de jóvenes, que preocupa en la capital.

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El paisaje de canales y cañaverales, campos anegados, pueblos aislados, pistas de tierra…se convierte en un protagonista más de la historia. Un protagonista opresivo y asfixiante que marca la historia de este largometraje entre miserias humanas y violencia desatada.

 

¿Cuáles son vuestras películas españolas preferidas?

¡Hasta pronto!

 

 

Hitchcock y los McGuffins

La palabra McGuffin puede sonar extraña pero es  un término  bastante habitual en el mundo cinematográfico. No se trata de ningún miembro de un clan de las Highlands, ni de un postre elegante de moda en Nueva York. El McGuffin es un recurso de guión, una excusa argumental, carente de importancia final, que permite que la película avance en su narración. Puede ser un objeto, como un maletín cuyo contenido nunca conocemos en una película de espías, o una frase misteriosa que hace evocar el pasado de un lugar o unas gentes y que en sí misma no tiene ningún mensaje relevante.

Es decir, se trata de motivar situaciones que creen conexiones entre los diversos elementos de una película para que la evolución final sea creíble. No se puede pasar de un estado a otro sin que antes exista un proceso de por medio, y la razón para justificar ese proceso es el McGuffin.

Se lleva utilizando desde los primeros tiempos del cine y sigue utilizándose en la actualidad (la primera temporada de la serie True Detective es en si misma un claro ejemplo) pero fue a partir de las obras de  Alfred Hitchcock que el McGuffin cogió más notoriedad, ya que el director inglés lo llevó a extremos insospechados.

Hitchcock explica el significado de McGuffin en el maravilloso libro-entrevista con François Truffaut: El cine según Hitchcock:

<<La palabra procede del music-hall. Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un McGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un McGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un MacGuffin”, le responde el otro.>>

Alfred Hitchcock ya había mostrado su talento en las primeras películas realizadas en su Inglaterra natal, pero cuando en 1939 llega a Hollywood los estudios pusieron todos los medios a su disposición y él respondió enlazando obras maestras en las dos décadas siguientes. Fue posiblemente el mayor creador de formas cinematográficas y con la llegada del color sus películas consiguieron unos registros emocionales sin par.

Además, Hitchcock consiguió una trascendencia en todos los niveles: no sólo los críticos alabaron sus películas, también recibió una gran acogida por el público en general. Se puede decir que consiguió que sus historias y sus imágenes formen parte de la cultura popular.

Son muchos los ejemplos que reafirman este postulado: cierta chaqueta fina de punto recibe el nombre de Rebeca, por su película homónima de 1940; un patio de vecinos siempre nos recordará a James Stewart espiando desde una silla de ruedas; o siempre sospecharemos de la bañera en un motel de carretera o de unos cuervos que se posen sobre unos columpios…

La curiosidad radica en que muchas de sus películas se vertebran a partir de un gran McGuffin, uno tan bueno y tan trabajado que no lo parece. Tres ejemplos lo ilustran con claridad: ¿No es acaso un McGuffin el robo que perpetra la pobre Janet Leigh y le lleva al motel de Norman Bates en Psicosis? ¿O la trama de asesinato encubierta que hace enloquecer a James Stewart en Vértigo? ¿O el más exagerado de todos: el ataque inexplicable en Los Pájaros?

Porque no nos engañemos, Hitchcock de lo que quiere hablar realmente, y lo hace de una manera magistral y sutil en estas películas, es de la esquizofrenia y la obsesión de un hijo por su madre en Psicosis; del enamoramiento enfermizo por una mujer muerta en Vértigo, y de la sobreprotección de una madre posesiva hacia su ya adulto hijo en Los pájaros.

Sucede de igual forma en muchos más ejemplos a lo largo de su filmografía: el uranio de Encadenados, la confusión de hombre en Con la muerte en los talones, el asesinato en La ventana indiscreta…no cumplen ningún papel más allá que el de envoltorio, eso sí, un envoltorio de lujo.

Por tanto, tenemos que sus obras maestras  se sustentan básicamente en la unión de la forma (el McGuffin extremo) más el contenido (el mensaje final) en un equilibrio  de precisión y belleza, difícilmente superable.

Yendo más allá, al repasar estas películas y pensando bajo la clave del McGuffin es difícil no concluir que también la vida está llena de estos recursos que facilitan el avance en el día a día, y que realmente no tienen ningún sentido, ni significado relevante…¿no lo creéis así?

¡Hasta pronto!

 

 

 

 

10 westerns inolvidables

Me encanta hacer listas de prácticamente cualquier tema: canciones, discos, libros, montañas; jugadores de fútbol, etapas ciclistas…pero sobretodo, de películas. Ya sean listas generales y/o absolutas o más concretas y específicas. Me gustan porque me hacen pensar en aquello que me apasiona y buscar argumentos para incluir una u otra, ciñéndome a un número finito, que te obliga a dejar de lado algunas muy queridas.

Una lista dice mucho de la persona y del momento en que se confecciona; porque ante todo una lista es un ente vivo y cambiante a lo largo del tiempo.

En esta ocasión, os muestro sin pudor las diez películas del oeste que más emocionan. El western es el género cinematográfico por excelencia. El de los grandes espacios, los caballos, las conversaciones alrededor de una hoguera, los saloon y los duelos a pistola. Un género infinito en sugerencias e interpretaciones, en el que también se han contado grandes historias de amor.

Aquí van, a fecha de hoy, mis diez western preferidos:

  • La diligencia (Stagecoach, 1939) de John Ford. En los pasajeros de una diligencia que recorre un territorio salvaje, con la continua amenaza india,  puede estar condensada toda la condición humana. Nunca se ha vuelto a rodar de forma tan brillante, en la historia del cine, una huida tan frenética, a galope tendido, de una diligencia.
  • Raíces profundas (Shane, 1953) de George Stevens. Un forastero de turbio pasado llega a un pueblo dividido entre terratenientes ganaderos y humildes campesinos. En los ojos azules del niño, en las miradas de la madre…se puede palpar la fascinación que causa en la comunidad. El duelo final entre Alan Ladd y Jack Palance ha sido mil veces tratado de copiar, pero siempre sin éxito.
  • Johnny Guitar (Johnny Guitar, 1954) de Nicholas Ray. Un película intimista,  con una fotografía maravillosa, llena de matices. Dos mujeres de fuerte temperamento se odian a muerte y protagonizan un duelo sorprendente. De fondo, una de las historias de amor más grandes del cine.

  • Tierras lejanas (Far country, 1955) de Anthony Mann. En los westerns de Mann el paisaje y la naturaleza asumen un protagonismo vital en la historia. En esta película de buscadores de oro en Alaska, la ambigüedad moral de los personajes y el entorno hostil crean un fresco fascinante.
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Walter Brennan y James Stewart

 

  • Centauros del desierto (The searchers, 1956) de John Ford. Entre una puerta que se abre y otra que se cierra discurren los años de la búsqueda imposible de la sobrina de John Wayne, secuestrada por los comanches. Es el western total: la épica de los grandes espacios, y la poesía en las miradas y los pequeños gestos.
  • Río Bravo (Rio Bravo, 1959) de Howard Hawks. Un sheriff acorralado en su oficina, ayudado sólo por un viejo, un borracho y un jovenzuelo. Fuera las trompetas amenazan tocando día y noche a degüello…pero la camaradería les hace más soportable la espera hasta que llegue el desenlace final:

  • El hombre que mató a Liberty Wallance (The man who shot Liberty Wallance, 1962) de John Ford. La muerte del personaje interpretado por John Wayne, hace a James Stewart y Vera Miles evocar con melancolía el pasado, cuando la conquista del Oeste se forjaba con la unión de las pistolas y la ley. Nunca un flor de cactus ha provocado tanta tristeza…
  • Los profesionales (The professionals, 1966) de Richard Brooks. La aventura en estado puro y el romanticismo de las causas perdidas, en un western espectacular. El inmortal diálogo de viejos compinches entre Burt Lancaster y Jack Palance siempre emociona:

  • Grupo salvaje (Wild Bunch, 1969) de Sam Peckinpah. Como en otras obras de este director, los personajes se mueven como sombras crepusculares sin posibilidad de redención. El final de este violento film es una oda a la amistad, cuando los últimos miembros de la banda se encaminan a la muerte para salvar a un compañero.
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Ben Johnson, Warren Oates, William Holden y Ernest Borgnine

 

  • Sin perdón (Unforgiven, 1992) de Clint Eastwood. Eastwood bebe de los clásicos en esta desmitificadora película, en la que un antiguo pistolero redimido por amor, se ve obligado a volver a coger el rifle y el revólver. Una fotografía exquisita y unas interpretaciones de altura, la convierten posiblemente en el último gran western de la historia.

 

Cuando nos dejamos arrastrar a la perdición

En ciertas ocasiones de la vida, nos encontramos ante situaciones que sabemos que no nos van a llevar a ningún puerto, que nos van a traer alguna pérdida o desgracia, sino directamente, en casos extremos, a la ruina o la muerte…pero de alguna manera poderosa e irresistible, no podemos frenarnos, apartarnos y dejar que ese tren que se precipita al abismo pase de largo.

Ni pensándolo fríamente, ni sopesando los efímeros premios que podríamos obtener frente al evidente riesgo, somos capaces de parar esa llamada de la selva. Quizás en el fondo nos creemos tan especiales que pensamos que saldremos airosos. Normalmente, nos equivocamos.

En el cine negro, ése que relacionamos principalmente con las décadas de los treinta a los cincuenta, con la fotografía en blanco y negro en todos sus matices, con los detectives privados con sombrero y gabardina, las mujeres fatales, la violencia y las grandes pasiones dentro de un microcosmos urbano y opresivo… no es difícil encontrar situaciones y ejemplos de lo anteriormente citado.

Me vienen a la cabeza dos obras maestras indiscutibles del género: Perdición, de Billy Wilder y Retorno al pasado, de Jacques Tourneur.

En Perdición (Double Indemnity, 1944), un espabilado agente de seguros, interpretado por Fred McMurray, se deja arrastrar por uno de los mayores arquetipos de femme fatale de la historia del cine, Barbara Stanwyck. Ella utilizará todos sus encantos (atención a la cadena del tobillo) para convencerle de asesinar a su marido y cobrar, a medias, la altísima indemnización del seguro de vida de éste. Y él, se dejará atrapar… Pero, ¿por qué lo hace si sabe, casi con total seguridad, que la historia no puede acabar bien? Él es un tipo listo y enseguida se da cuenta del juego de ella, e incluso en un primer momento la rechaza indignado; pero no puede quitársela de la cabeza y comienza a pensar en cómo cometer el crimen perfecto…Finalmente,  parece que es la lujuria o el ansia de dinero lo que le impulsa hacia la perdición, o quizás el orgullo de salir victorioso al intentar engañar a su compañero y amigo, el detective de la aseguradora. En definitiva, su condición humana.

Por su parte, en Retorno al pasado (Out of the past, 1947), un ex-detective privado, interpretado por un memorable Robert Mitchum, que se oculta y rehace su vida junto a una mujer en un olvidado pueblo, regentando un taller y una gasolinera, es encontrado por uno de los secuaces de un mafioso, para quien trabajó hace años. Esto le arrastrará a volver a su antiguo mundo, aún a sabiendas que le espera la más que posible venganza de su antiguo jefe y el reencuentro con la mujer de éste, una Jane Greer en todo su esplendor, con la que se fugó en el pasado.

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Dentro de la ambigüedad general de la película es difícil entender por qué accede a volver, sabiendo lo que le espera: ¿intenta arreglar lo que dejó pendiente y seguir adelante con su nueva vida?,  ¿o volver con la mujer que amó?  ¿o porque simplemente le resultaba inevitable…?

Como curiosidad, la última escena de la película recoge un acierto de guión portentoso, lo que mucha gente reconoce como una de las más bonitas mentiras de la historia del cine.

En definitiva, dos películas maravillosas que reflejan perfectamente las miserias humanas, y que desde aquí os recomiendo encarecidamente. ¡Hasta pronto!

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Este blog nace lleno de ilusiones y sueños, como una forma de canalizar y ordenar mis ideas, y plasmar en la escritura mis pasiones. Un foro para hablar de esas cosas que dan sentido a nuestras vidas y nos hacen ser más felices.

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