Categoría: Montaña

Caminando entre Eslida y Chóvar

Ahora que los calores van amainando es tiempo nuevamente de ponerse las botas y salir al monte. Os proponemos desplazarnos a la cercana y llena de estímulos Serra d’Espadà para disfrutar de otra gran jornada.

En esta ocasión para realizar una caminata de unos 18km, por senderos y pistas, que conjugaremos con la visita a dos pueblos llenos de encanto como son Eslida y Chóvar, lugares históricos de la guerra civil, bosques de alcornoques, restos de antiguas minas y hasta una antigua nevera para el almacenamiento de nieve. Deporte, geografía, historia…éstas son las rutas que más nos gustan.

Ediciones Tossals posee un detallado mapa de la zona que puede sernos de mucha utilidad y que se puede consultar en la siguiente dirección:

http://www.eltossalcartografies.com/mapes/#14/39.8673/-0.3062

Al tratarse de una ruta circular podemos dejar el vehículo y empezar fácilmente por cualquiera de los dos pueblos mencionados. Nosotros elegimos Eslida, dejando Chóvar para comer, dado que se encuentra aproximadamente a mitad de camino.

Eslida (335 m de altitud) es un claro exponente de pueblo de origen morisco por sus casas encaladas y sus tortuosas calles adaptadas a la montaña.

 

Comenzamos la ruta siguiendo las marcas rojas y blancas correspondientes al GR33, que recorre prácticamente en toda su longitud la Serra d’Espadà. En el inicio marcharemos entre fértiles huertos de cítricos y hortalizas de la pequeña vega de Eslida,

Tras dejar atrás la Font de Matilde y la de Castro seguiremos por el antiguo camino de Alfondeguilla, mientras nos internamos en densos pinares y contemplamos los primeros ejemplares de alcornoques. El empedrado del sendero, para facilitar el paso de las caballerizas, nos habla de la importancia en el pasado del camino para la comunicación entre pueblos y para el transporte del corcho.

Tras una subida un poco más exigente nuestra primera meta es el Coll Roig (636 m), un importante cruce de senderos de pequeño y gran recorrido que comunica con otras poblaciones como Artana o Villavieja.  Desde allí abandonaremos el GR para coger el sendero de la derecha, el PR-CV-138, marcas blancas y amarillas, que nos permitirá seguir cogiendo altura por la Sierra. Las vistas de Eslida abajo y el pico de Penyagolosa al fondo son magníficas.

Tras un par de kilómetros volvemos a desembocar en una encrucijada, el Coll de la Maladeta (745 m). Si tomáramos la pista de la izquierda nos encaminaríamos al Castell del Castro, una antigua fortaleza de origen árabe en estado de abandono sobre unos grandes riscos, y más tarde a la localidad de Alfondeguilla.

En nuestro caso, seguimos recto por un empinado sendero que nos conduce a la antigua nevera del Castro, recientemente restaurada. Este tipo de construcción troncocónica, construida en roca de rodeno, servía para almacenar nieve compactada (hace décadas las nevadas eran más frecuentes por estos lares) que luego se bajaba a la costa para conservar alimentos o para el cuidado de los enfermos.

Las vistas hacia el Este desde este punto (833 m) son maravillosas: el Castell del Castro en primer término, la costa y el mar mediterráneo al fondo. Hasta las Islas Columbretes son fácilmente divisables los días claros.

Tras disfrutar del lugar comenzamos un largo descenso a Chóvar, siguiendo el sendero de pequeño recorrido antes mencionado, que en un primer momento continúa por una amplia pista. Pero al acercarnos al Barranco de Ajuez se torna sendero, que serpentea entre alcornoques, siempre en descenso entre formaciones rocosas que recuerdan los tubos de los órganos de las iglesias.

En la parte más profunda encontramos las abandonadas minas del Hembrar y Diana, minas donde se extraía cinabrio hasta mediados del siglo pasado. Quedan vagonetas ya oxidadas y un viejo montacargas como testigos mudos de la explotación mineral de estas sierras.

Continuando la ruta se suceden los alcornoques monumentales, los rincones mágicos, ajenos a todo, donde sientes en plenitud la Naturaleza.

El sendero desemboca finalmente junto un pequeño embalse a las afueras de Chóvar, pueblo famoso por su agua y donde vale la pena pasear por sus calles y reponer fuerzas comiendo en alguno de sus bares.

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Repuestos y descansados saldremos por la parte opuesta del pueblo, cruzaremos la carretera que se encamina al puerto de Eslida y  tomaremos la PR-CV-63.6. Nuevamente la marca blanca y amarilla será nuestra guía.

El camino se empina mientras vamos cogiendo altura y conquistamos las colinas que dominan Chóvar abajo y la línea de la Sierra Calderona más al sur.

Tras un tramo de pista, un cómodo sendero nos conducirá al collado de los Muertos (635m) nombre de funestos ecos que unido a las trincheras que aparecen un poco después, nos evocan la guerra civil, pues estos lugares fueron durante meses frente de la guerra.

Siguiendo la línea de trincheras que nos sirven para hacernos una idea del día a día de los soldados, llegamos al collado del Pinaret (688 m) y a la carretera que sobre la cresta de la sierra lleva hasta las antenas de la punta del Aljub.

Tomaremos, siguiendo siempre las marcas blancas y amarillas, un sendero que en un rápido descenso nos internará en el Barranco de Chóvar (nombre que puede dar a confusión, pues nos encontramos en la vertiente opuesta del pueblo), no sin antes asomarnos a la cueva de Blavet, otra antigua mina de la zona.

Y así caminando tranquilamente y disfrutando de bellos rincones nos toparemos, cuando menos nos lo esperemos, con Eslida, nuestro pueblo de salida y llegada.

Para poner un colofón a nuestra ruta nada mejor que acercarnos al bar Casa Paquita, parada obligatoria para ciclistas y senderistas. Famoso por sus almuerzos, su té de monte y sus carajillos. Su terraza es el mejor sitio para tomar una cerveza, mientras comentamos lo vivido durante la ruta y dejamos que el atardecer vaya inundando todo.

¡Hasta pronto!

 

¿Por qué nos gusta tanto Cabañeros?

Porque es un lugar único en la península. Son 40.856 hectáreas situadas al noroeste de la provincia de Ciudad Real , acostadas junto a la vertiente Sur de los montes de Toledo, alejadas de todo y donde sientes plenamente la llamada de la Naturaleza.

Porque tiene una historia reciente muy curiosa. En los años ochenta el estado compró fincas para hacer un campo de tiro para el ejército lo que provocó una protesta de conservacionistas y un efecto boomerang: del uso militar, a parque natural y más tarde a parque nacional, la mayor figura de conservación medioambiental en España.

Por la amplia posibilidad de rutas para realizar senderismo, bien marcadas y de diferente duración: sendero del chorro de los Navalucillos, sendero de la Viñuela, sendero del Boquerón de Estena…

Porque su nombre evoca la dura vida de los carboneros y molineros que vivían en estas tierras refugiándose en primitivas cabañas de piedra, cuyos restos todavía se pueden encontrar diseminados por el campo.

Porque la riqueza paisajística es portentosa. Dentro del parque se distinguen dos zonas: las rañas: las vastas extensiones llanas que un día soportaron la explotación agrícola, y que hoy están salpicadas de encinas, quejigos y alcornoques, como una dehesa que se extiende hasta las estribaciones de las montañas, que conforman el otro espacio, donde los bosques de quejigos y rebollos conforman un espacio húmedo y mágico, muchas veces invadido por las brumas.

Por la facilidad de ver mamíferos como ciervos y venados, jabalíes o zorros; imponentes aves como los buitres negros o leonados, halcones, cernícalos o águilas como la singular águila imperial.

Porque las carreteras secundarias que rodean el parque están vivas. Coloreadas con los pigmentos de la naturaleza y el paso del tiempo, son rústicas, crece la hierba en sus medianas…y te conducen a lugares insospechados y maravillosos, como la CM-4157. Animaros y conducid por sus curvas entre bosques y barrancos.

La conservación del parque está muy cuidada. Hay lugares que sólo puedes ir acompañado por guías, que contagian su amor por la Naturaleza y sus conocimientos en zoología, botánica, geología…Te hacen fijar en los pequeños detalles, en cómo cambia el parque con las estaciones…seguro que acabarás siendo más sabio y valorarás otra vida alejada del ruido de las ciudades.

Son imprescindibles las respetuosas visitas guiadas en todoterreno; conviene reservar con antelación.

Por la tranquila vida de los pueblos que se abren al monte y donde las fragancias de las jaras, el espliego o el tomillo inundan las calles de esta humilde localidad.

Un ejemplo es Alcoba un pueblo auténtico, donde los bares sirven buenas tapas con la cerveza y puedes alojarte en la muy recomendable posada del Corralón de Cabañeros (https://www.posadadelcorralon.com/ ).

Para más información: http://www.visitacabaneros.es/index.php

¡Hasta pronto!

Un fin de semana en el interior de Alicante

Cuando se dejan los excesos turísticos de la costa alicantina y nos encaminamos al interior por carreteras secundarias, entre las agrestes montañas de la Marina Alta, se descubren unos valles que se erigen en reductos de naturaleza, tranquilidad y buena vida.

Son valles que todavía recuerdan su pasado árabe, donde los pequeños pueblos se abren a los campos, el ciclo de las estaciones sigue marcando el ritmo de las gentes y todavía se puede disfrutar del aroma de la lavanda, el canto de los pájaros y el vuelo de las mariposas.

A continuación, señalamos algunas pistas para disfrutar de estos lugares durante un agradable fin de semana:

  • Una caminata singular

En la localidad de Fleix, uno de los tres pueblos que componen el Vall de Laguar, junto a unos antiguos lavaderos, comienza una ruta circular (PR-CV-147) de poco más de 14 Km, que no deja indiferente a nadie. Se la conoce como catedral del senderismo pues sigue un trazado mozárabe, compuesto en su mayor parte por escalones de piedra, que serpentea siguiendo el curso del Barranc del Infern, una rambla seca de altas paredes.

Un continuo rompepiernas (tres largas bajadas y subidas) que pasa por las antiguas alquerías de Juvees d’Enmig y Juvees de Dalt, diversos pozos y fuentes; y que en plena primavera luce en todo su esplendor. Naturaleza e historia. Una combinación imbatible.

En los últimos kilómetros se cruza el pueblo de Benimaurell, donde es difícil no parar a refrescarse y tomarse una cerveza en uno de sus bares.

El regreso a Fleix, finalmente, se realiza con más comodidad por un camino rural entre huertos de nísperos.

  • Arte rupestre

En el término de Castell de Castells, en un barranco junto a campos de almendros y cerezas que ya nos regalan sus rojizos frutos, existe un lugar patrimonio de la humanidad que se puede visitar en completa soledad. Se trata del Santuario de Pla de Petracos, un importante y singular ejemplo de arte rupestre macroesquemático de hace más de 8000 años.

En los abrigos de la montaña, fácilmente alcanzables siguiendo un sendero señalizado entre palmitos e hinojos,  nuestros antepasados pintaron unas figuras que convirtieron al lugar en una especie de santuario. Un punto de encuentro y culto de gentes, unidas por profundas creencias, en las que la fecundidad, el ciclo agrícola o los vínculos familiares cobraban un especial protagonismo.

Un lugar asombroso que como siempre sucede con este tipo de sitios te hace sentir la conexión directa con la prehistoria de la humanidad.

 

  • Una cueva kárstica inesperada

Desde Pla de Petracos se puede continuar hacia el Norte, siguiendo una pintoresca carretera en la que crece la hierba y las flores silvestres en su mediana, recorriendo parajes solitarios y que finalmente nos conduce al municipio de Vall d’Ebo.

A dos kilómetros del núcleo urbano se encuentra la famosa cueva que accidentalmente encontró un hombre del pueblo cercano, el tío Rull, a principios del S.XX, mientras perseguía a un conejo que intentaba cazar.

Se trata de una cueva que continúa en formación y en la que podemos encontrar todo tipo de formas y volúmenes de carbonato cálcico (estalactitas, estalacmitas, columnas…) siguiendo un recorrido guiado de unos 20 minutos.

Todo un mundo subterráneo sorprendente que contrasta vívamente con el paisaje del exterior.

 

  • Un alojamiento muy recomendable

Nuevamente a las afueras de Fleix,  bajo el testigo mudo del farrallón calizo del Cavall Verd, el último bastión de la revuelta morisca anterior a su expulsión en el S.XVII, y con un panorama que domina el horizonte hasta el mar, se encuentra la casa rural La Casota.

En el lugar donde hubo en el S.XII un asentamiento almohade (queda una torre defensiva) se diseminan una serie de edificios característicos de la zona, que se usaron como secaderos de uvas pasas.

Las habitaciones son cómodas, los desayunos abundantes y sabrosos, la atención a los huéspedes esmerada y el jardín rústico es una delicia para leer o simplemente relajarse, mientras se contempla en estas fechas la floración de la valeriana.

Y a cinco minutos paseando, el pueblecito de Campell, una delicia de sencillez y sitio ideal para probar la gastronomía local: figatells, gambes amb bledes, pelotas de cocido…, en alguno de sus bares.

 

Éstas sólo son unas pocas ideas personales para disfrutar de estos lugares, ahora corre de vuestra cuenta disfrutarlos y encontrar los vuestros propios.

¡Hasta pronto!

Tiempo de espárragos silvestres

En estos días de primavera, tras las lluvias de marzo y con la subida de las temperaturas, en las lindes de los caminos, en los barrancos, en ciertos campos…aparece otro más de los tesoros que nos regalan las estaciones: los espárragos silvestres.

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Son días de cielos azules y nubes viajeras, atardeceres para desconectar y darse un paseo mientras la luz se filtra, ideales para buscar estos frutos del campo: verdes amoratados, escuálidos, espigados y decididos a alcanzar el cielo; que aparecen entre la maleza, las zarzas o las piedras.

Tal y como sucede con las setas, buscarlos se convierte en un vicio irrefrenable cuando encuentras un lugar en que se han dado las condiciones para su desarrollo.

Prometen placeres exquisitos al llegar a casa, ya sea al vapor o la plancha, con un poco de sal gorda y unas gotas de aceite de oliva, o acompañados de unos huevos revueltos a medio cuajar sobre una tostada de pan de centeno.

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Una textura firme y carnosa, aromas asilvestrados y un sabor fresco y vegetal inigualable.

No lo dudéis, aprovechad estos días. Salid al campo…vale la pena.

¡Hasta pronto!

 

Mortorum y Ferradura

Buscando un poco en libros o en internet, o mejor aún preguntando a los que mejor conocen el territorio, no es difícil encontrar en nuestra zona esos lugares tan especiales que aúnan encantos paisajísticos con vestigios históricos que siempre sorprenden.

En esta ocasión os proponemos una salida para descubrir los restos del poblado íbero del Mortorum y coronar la Ferradura, uno de los montes más emblemáticos del término de Cabanes.

El punto de partida es el mismo en ambos: aproximadamente el km 4,5 de la carretera CV-146, que une el pueblo de Cabanes con la pedanía de la Ribera. Allí, hay un entrador donde poder dejar tranquilamente el vehículo.

 

  • Tossal del Mortorum: poblado y túmulo.

Junto a la misma carretera un cartel explicativo de la ruta al Mortorum nos sitúa directamente para tomar un sendero local, marcado con marcas blancas y verdes que nos llevará hacia la cumbre de la colina donde se encuentra el yacimiento.

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Tossal del Mortorum

Vamos cogiendo altura rápidamente, primero siguiendo una pista de tierra entre campos de almendros y más tarde por una senda escarpada, entre pinos.

Poco más de un kilómetro después coronamos la cima y nos encontramos el primer punto de interés: los restos del poblado íbero, que estuvo habitado aproximadamente desde el 1950 y el 550,ambos, antes de nuestra era.

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Poblado íbero

Aunque de pequeñas dimensiones, mantiene una buena conservación de los diferentes espacios: calles, viviendas, muralla…y sobre todo podemos disfrutar de su magnifica y estratégica situación, dominando un amplio panorama de la plana litoral que abarca los municipios actuales de Torreblanca, Oropesa y la Ribera de Cabanes.

Muy probablemente en esta costa los habitantes de este poblado entraron el contacto con mercaderes fenicios para intercambiar diversos bienes.

Una vez, explorado el poblado podemos seguir por un estrecho sendero señalizado hasta el segundo punto arqueológico importante: el túmulo funerario. Se trata de una construcción típica de otros lugares pero infrecuente en la provincia de Castellón. Fue descubierto en fechas recientes, pero a pesar de su antiguo expolio todavía se encontraron restos de varios individuos.

 

Las vistas panorámicas, pero sobre todo la soledad del lugar y huellas del pasado hacen de éste un lugar con una magia especial.

(Si queréis más información del yacimiento podéis consultar esta página web:

http://www.castellonarqueologico.es/yacimientos/la-plana-i/tossal-de-mortorum/ )

 

  • Ferradura.

Para completar la visita al Tossal del Mortorum, se puede realizar una ruta circular de poco más de un par de horas hasta las inmediaciones del monte de la Ferradura.

Partiendo desde el mismo lugar de la ruta anterior, seguiremos la pista que nos interna entre pinares en el barranco de la Font del Campello. Veinte minutos más tarde, llegaremos a la masía del Campello donde podemos contemplar los restos de una mina abandonada, explotada en su momento para la extracción de mineral de galena, y que se encontraba ubicada en una cueva natural que conserva un curioso recorrido interior.

 

Allí mismo encontramos una encrucijada de caminos que nos permitirá realizar un recorrido circular para explorar la Ferradura.

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Cogemos el camino de la derecha que enseguida va cogiendo altura entre matorrales. Se trata de un sendero bastante particular en el que continuamente aflora la roca, con lo que, aunque empinada, la subida se hace con seguridad.

En poco más de media hora divisamos el Mas de la Ferradura y dejamos el sendero para dirigirnos a esta serie de construcciones abandonadas.

 

Desde allí los más osados pueden intentar llegar hasta el vértice geodésico de la cima de la Ferradura, aunque no hay una senda muy definida y el trayecto se hace bastante duro campo a través. Los que lo consigan podrán sentirse satisfechos con unas maravillosas vistas de 360º que abarcan el interior de la provincia de Castellón, las montañas del Desert de les Palmes y la costa del Prat de Cabanes.

De vuelta al Mas de la Ferradura podemos retornar por una pista de tierra que serpenteando entre pinares va perdiendo altura, internándose en los primeros campos de cultivo y desembocando en el cruce que dejamos antes, junto al Mas del Campello, completando así la ruta circular.

En resumen, una enriquecedora ruta por la montaña llena de buenos estímulos, para realizar tranquilamente una mañana. Animaos.

¡Hasta pronto!

 

 

 

Rincones cántabros

Entre el mar y la montaña, desde acantilados que quitan el hipo a montañas nevadas, de pueblos medievales a palacios modernistas, de las sabrosas anchoas a los esponjosos sobaos. Así es Cantabria: una tierra de contrastes llenos de autenticidad y belleza.

Aquí recogemos unos cuantos rincones muy especiales y que van más allá de los más afamados como Comillas, Santillana del Mar o Santander:

  • Acantilado y molino de El Bolao. En el municipio de Toñanes, siguiendo unas pistas de tierra entre verdes pastos, llegamos a la costa salvaje, donde las gaviotas y los cormoranes son los reyes. Frente a nosotros, unos majestuosos acantilados de más de cien metros se intentan mantener firmes ante el mar bravío. Abajo, en la desembocadura de un pequeño riachuelo las ruinas de lo que fue un molino abandonado en el tiempo. Al fondo los Picos de Europa nevados. No puede haber una postal más evocadora. ¿Es éste el banco más bello del mundo?.
  • Alrededores de Reinosa. Allí donde Castilla se acerca a las montañas, aparece la industrial Reinosa. En sus alrededores podemos encontrar muchos tesoros para quien quiera perderse por carreteras secundarias: una ingente concentración de iglesias románicas, entre las que destaca la colegiata de Cervatos (cumbre de la escultura en capiteles y canecillos. Ay, esos motivos eróticos sobre el pecado de la lujuria…), prados donde pastan los caballos en semilibertad, la ciudad romana de Juliobriga sobre el embalse del Ebro, los menhires de Valdeolea…

 

  • Reserva Saja-Besaya. Hay que dejar el nacimiento del Ebro en Fontibre y encaminarse hacia el Norte, a las montañas; superar el puerto de la Palombera y dejarse llevar por el rumor de los riachuelos que nos introducen en la Reserva de Saja-Besaya, entre frondosos bosques de robles y castaños. Allí quedan pueblos llenos de autenticidad, que han mantenido su arquitectura popular, ya sea en casonas blasonadas o en humildes cuadras; donde persisten los balcones corridos de madera llenos de plantas y las tradiciones se mantienen intactas por cada esquina. Hay que deambular entre calles de piedra por Carmona, famoso por sus abarcas,  o por Bárcena Mayor, junto al río Argoza,  donde se puede comer un cocido montañés, en Venta la Franca, que recordarás toda la vida.

 

  • Collados de Asón. Hay muchos caminos para dirigirse a la montaña oriental desde la costa, pero aquel que parte desde la bella localidad de Liérganes (casas de piedra, puente medieval sobre el río Miera), continua ascendiendo por las curvas del puerto de Alisas (bosques y vistas panorámicas al mar y a Santander) y acaba internándose en el parque natural de los collados de Asón es muy especial. Esta comarca montañosa alejada de las zonas más turísticas, conserva lugares donde la naturaleza y la mano del hombre se entrelazan. Hay que ponerse las botas de montaña y descubrir el nacimiento del río Asón, en forma de impetuosa cascada y dominar el vértigo en el mirador volado del Río Gándara, o internarse en las profundidades de la tierra desde alguna de sus numerosas cuevas visitables. Para comer el Restaurante Ronquillo, en Ramales de la Victoria, es una opción acertada y moderna, al igual que para hospedarse La Posada Aire de Ruega, en Mentera, ofrece en medio de la montaña comodidad y un desayuno copioso con unas vistas incomparables. Más al Sur queda el Portillo de la Sía, la entrada a las Merindades burgalesas, pero ésa ya es otra historia…

 

¡Hasta pronto!

 

 

Las hoces del Duratón

Al dejar la carretera comarcal, a la altura del pueblo de Vilaseca y tomar la pista polvorienta y blanca, que nos interna en soledad, en la solemnidad e inmensidad del paisaje castellano, difícilmente podemos pensar que unos pocos kilómetros después, la meseta se va a romper de forma caprichosa por el discurrir de un río. Pero así sucede.

Estamos en el corazón de la provincia de Segovia y a punto de descubrir el Parque Natural de las Hoces del río Duratón.

El río Duratón tras nacer en la sierra de Ayllón ha creado un fastuoso ejemplo de erosión fluvial y plegamientos de materiales calcáreos que durante 25 kilómetros, entre la monumental Sepúlveda, río arriba,  y el embalse de Burgomillodo, rompe de manera dramática con la monotonía castellana, a través de un profundo cañón.

Un lugar muy recomendable para realizar una excursión en cualquier época del año. A pie, en bicicleta o por el propio río en piragua.

 Al interés y belleza del paisaje hay que añadir la gran riqueza arqueológica e histórica que encierra en su interior esta garganta.

La zona siempre fue refugio de eremitas y, allá, donde las paredes verticales llegan a los cien metros de altura, sobre un promontorio rocoso que domina un vasto panorama, se ubica  de forma sobrecogedora la ermita románica de San Frutos, lugar de retiro de monjes benedictinos desde el S.XI hasta el XIX.

Es posible acceder a San frutos desde la pista que mencionábamos al principio, dejando el coche en un aparcamiento habilitado y continuando aproximadamente un kilometro a pie, por un sendero señalizado que brinda vistas maravillosas.

 

Un último elemento confiere a este paraje un hálito especial: en los altos farallones rocosos anida una de las colonias de buitres leonados más importante del país. Con una envergadura cercana a los 2,5 m, resulta muy sencillo contemplarlos a decenas, en toda su majestuosidad como una extensión más del paisaje, mientras planean en busca de corrientes térmicas.

Admirando el plácido vuelo de un buitre desde el cortado, con el río fluyendo abajo,  majestuoso y casi irreal, devorando pacientemente la piedra caliza…es fácil evocar los versos de Machado donde el poeta se emocionaba con el corazón de Castilla:

«Oscuros encinares,


ariscos pedregales, calvas sierras,


caminos blancos y álamos del río,


(…)
 hoy siento por vosotros en el fondo


del corazón, tristeza,

tristeza que es amor.

 

¡Hasta pronto!

 

Un restaurante en la Naturaleza

La Serra del Espadà es último suspiro montañoso del Sistema Ibérico antes de llegar al mar. Separa las cuencas del Río Mijares y el Palancia, escondiendo multitud de lugares de interés: profundos barrancos donde perviven bosques de alcornoques centenarios, pueblos de casas encaladas y trazado medieval que recuerdan su pasado morisco, restos históricos como castros íberos o trincheras de la guerra civil…en definitiva, lugares maravillosos para disfrutar de naturaleza y el ambiente rural.

Uno de los últimos estímulos para visitar esta zona es el complejo Mar de Fulles. Bajo este sugerente nombre yace un proyecto de ecoturismo, formado por un hotel y un restaurante,  que persigue retos de autosuficiencia energética y búsqueda de la armonía con la naturaleza que lo rodea.

Sorprende la calidad y potencial del restaurante, a un nivel al que pocos de la provincia pueden llegar. La filosofía de trabajo reivindica el producto de proximidad y ecológico: las verduras son de su propia huerta, los pescados de las lonjas cercanas, el pan de cereales ecológicos y de masa madre; el AOVE, de variedad serrana, de almazaras de los pueblos de la sierra…

El resultado son platos vistosos, llenos de armonía y de sabor. Recetas sencillas pero con grandes dosis de imaginación y técnica. Trabajan únicamente con dos menús: estacional (4 platos) y degustación (7 platos) que rotan constantemente en función de las estaciones o la disponibilidad de algún producto, con lo que cada visita encierra nuevas sorpresas.

La interesante carta de vinos tiene también inclinación por vinos ecológicos y valencianos, pocos frecuentes y que permiten probar nuevos sabores.

El comedor, con la cocina a la vista,  es amplio y acogedor. Impera el diseño minimalista, en tonos blancos y neutros, y posee unas maravillosas vistas de las montañas colindantes a través de sus amplios ventanales.

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No se usan manteles, pero las mesas de madera maciza transmiten prestancia. La cubertería, la vajilla y una cuidada cristalería (marca stölzle) demuestran un cuidado máximo por los detalles, en la línea de trabajo buscada. El servicio es cercano y agradable.

 

Como complemento a la comida, vale la pena darse un tranquilo paseo por un camino marcado junto a Mar de Fulles. Es un sencillo recorrido de menos de media hora, que permite descubrir alcornoques centenarios y otras especies botánicas junto a un pintoresco barranco.

 

Ya sólo falta que os deis un homenaje y vayáis a disfrutar de este gran restaurante, situado en un enclave inmejorable. Seguro que disfrutáis.

¡Hasta pronto!

 

Un castillo templario para ti solo

Nos gusta salir al monte y descubrir el paisaje de forma pausada y detenida, disfrutar de la naturaleza en todo su esplendor y sentir el paso de las estaciones. Si, además, como en esta ocasión, lo unimos a la pasión por la historia la propuesta nos resulta ciertamente imbatible.

Al igual que hicimos en la excursión al castillo de Miravet Ruinas en la naturaleza: Miravet, vamos a conjugar un recorrido por pistas y sendas con la visita a un castillo imponente: el de Alcalá de Xivert. Un castillo que suele pasar desapercibido y es poco visitado, lo que es una pena porque encierra un patrimonio de primer nivel.

Erigido sobre una atalaya de la Serra d’Irta que domina el corredor de Alcalá, normalmente no pasa de ser una visión fugaz al pasar por la autopista AP-7: unas ruinas,  torres y murallas solitarias, que se recortan sobre los pinares que las rodean y el cielo azul.

Para descubrir sus atractivos, proponemos una sencilla ruta circular de poco menos de 10 km, que parte del pueblo de Alcalá de Xivert, junto al bar Manel, situado en la N-340 (un buen sitio para aprovisionarnos de bocadillos para el camino. Los de aquí valen la pena). De allí parte un sendero de pequeño recorrido (PR-CV432) señalizado con marcas blancas y amarillas, como es menester; fácil de seguir, no muy exigente e ideal para una jornada matinal o vespertina, pues tiene una duración aproximada de unas 3 horas escasas.

Una vez dejado el coche, siguiendo las indicaciones de la ruta, nos dirigimos en dirección este por una pista asfaltada, divisando en el horizonte la Serra d’Irta y el Castillo de Xivert. En poco más de quinientos metros alcanzamos la autopista AP-7, que superamos por un paso subterráneo, que nos sitúa en el otro lado. Punto éste donde comienza verdaderamente el recorrido circular. Varias paletas informativas indican los dos posibles sentidos de la ruta. Nos decantamos por el de la derecha, el que nos llevará al castillo por el camino del assegador.

En su  primera parte cruzamos típicos campos de cultivo de almendros, naranjos y olivos. Poco después en las primeras estribaciones de la sierra, alcanzamos la Creu del Francés, monumento de piedra, de aproximadamente un metro y medio de altura, erigido en conmemoración de un natural de Xivert, muerto en la Guerra de la Independencia, durante la invasión napoleónica. En la cruz, podemos leer, grabada, la siguiente inscripción: “En este sitio fue muerto por los franceses Antonio Cherta en 17 de agosto del año 1810. En paz descanse”.

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Desde la cruz, la ruta gira hacia el noreste y asciende por un estrecho sendero, con moderada pendiente, atravesando un tupido pinar, que nos sitúa en el cordal de la sierra.

Llegado a un punto, la senda se ensancha siguiendo el trazado de un antiguo cortafuegos invadido actualmente por la vegetación. Seguimos avanzando sin salirnos del cordal de la sierra y nos situamos en las inmediaciones del castillo, donde localizamos la Bassa Corralissa, construcción utilizada antiguamente para el almacenamiento de agua.

Finalmente, llegamos a nuestro objetivo, apareciendo el  imponente castillo. Lo primero que llama la atención es el gran tamaño del mismo, pues se trataba de un baluarte muy importante estratégicamente.

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Se distinguen tres partes que se pueden visitar libremente (por mucho menos, ¡cuánto se cobra en otros lugares por la visita!): los restos de la alcazaba musulmana, el arrabal o aljama morisca y las construcciones templarias, que nos hablan de las diversas épocas de ocupación.

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Aunque es posible que existiera un primigenio poblado íbero, los restos más antiguos que encontramos son los de la alcazaba musulmana erigida en el siglo XI. Del poderoso recinto con varios órdenes de murallas y que incluía un poblado, diversos aljibes y una mezquita, nos ha llegado especialmente un lienzo de muralla, en perfecto estado, que incluye una inscripción árabe cuya traducción entre otras podía ser: el que concede la victoria es Dios (al-fatih Allah). Se trata de una hermosísima muestra de arte caligráfico kufico.

La mayor parte de las construcciones que se conservan en la actualidad, pertenecen a la ocupación cristiana a partir del S.XIII. Tras la conquista de Valencia, el rey Jaume I recompensó en 1233, a la orden templaria por su ayuda con, entre otros lugares, la Tenencia de Xivert.
Los templarios reaprovecharon la disposición general del castillo musulmán, modificando los espacios internos, adaptándolos a las necesidades del Temple. Se construyeron nuevas dependencias: un nuevo aljibe,  una capilla que mantiene sus arcos góticos, el patio de armas y, sobretodo, las dos torres gemelas y el lienzo de muralla que las une construidas sobre poderosos sillares.

 

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El último espacio visitable es el arrabal morisco. Tras la conquista cristiana la población musulmana comenzó a vivir extramuros, conformándose el asentamiento de montaña que podemos contemplar en la actualidad.  Aquí, el espacio edificable se consigue mediante el aterrazamiento de la pendiente de la ladera, vertebrándose mediante una calle principal de la que surgen pequeños callejones. Dicha organización de las casas es lo que se denomina aljama.

Tras permanecer un buen rato en el castillo, recorriendo e inspeccionado sus dependencias y disfrutando de las espectaculares vistas que nos ofrece; iniciamos el regreso descendiendo por una pintoresca senda, que se adentra en un pequeño pinar situado al norte, bajo la fortaleza, y que progresivamente gira hacia el oeste. Se trata, debido a su orientación, de un bosque muy húmedo donde podemos encontrar fácilmente singularidades para estas latitudes como helechos y musgo.

Continuando la senda desembocamos en un camino que nos conduce, nuevamente entre campos de naranjos, a la autopista y siguiendo en paralelo la misma, al punto donde se completa la ruta circular. Desde aquí volvemos al coche por la pista asfaltada con la que comenzaba la excursión.

En resumen, una ruta sencilla y enriquecedora en muchos aspectos. No os la podéis perder, animaros.

¡Hasta pronto!

 

 

 

 

Un paisaje para soñadores

De repente un día, de la noche a la mañana, el paisaje muta, se tiñe de blancos, de rosas…Los almendros, los cerezos y otros frutales entran en una floración esplendorosa que lo llena todo de una luz mágica, casi etérea. Es el primer indicio de una primavera que ya se otea en el horizonte.

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Una continuidad de frágiles pétalos invaden campos, vaguadas y conquistan las primeras estribaciones de las montañas. Todo un placer para los sentidos.

¿Hay algo que transmita más tranquilidad que un paseo por un campo de almendros en flor?

 

 

Aprovechad estos días; este fenómeno sólo sucede una vez al año…y como casi todas las cosas efímeras de la vida, vale la pena no perdérsela.

¡Hasta pronto!