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Rincones cántabros

Entre el mar y la montaña, desde acantilados que quitan el hipo a montañas nevadas, de pueblos medievales a palacios modernistas, de las sabrosas anchoas a los esponjosos sobaos. Así es Cantabria: una tierra de contrastes llenos de autenticidad y belleza.

Aquí recogemos unos cuantos rincones muy especiales y que van más allá de los más afamados como Comillas, Santillana del Mar o Santander:

  • Acantilado y molino de El Bolao. En el municipio de Toñanes, siguiendo unas pistas de tierra entre verdes pastos, llegamos a la costa salvaje, donde las gaviotas y los cormoranes son los reyes. Frente a nosotros, unos majestuosos acantilados de más de cien metros se intentan mantener firmes ante el mar bravío. Abajo, en la desembocadura de un pequeño riachuelo las ruinas de lo que fue un molino abandonado en el tiempo. Al fondo los Picos de Europa nevados. No puede haber una postal más evocadora. ¿Es éste el banco más bello del mundo?.
  • Alrededores de Reinosa. Allí donde Castilla se acerca a las montañas, aparece la industrial Reinosa. En sus alrededores podemos encontrar muchos tesoros para quien quiera perderse por carreteras secundarias: una ingente concentración de iglesias románicas, entre las que destaca la colegiata de Cervatos (cumbre de la escultura en capiteles y canecillos. Ay, esos motivos eróticos sobre el pecado de la lujuria…), prados donde pastan los caballos en semilibertad, la ciudad romana de Juliobriga sobre el embalse del Ebro, los menhires de Valdeolea…

 

  • Reserva Saja-Besaya. Hay que dejar el nacimiento del Ebro en Fontibre y encaminarse hacia el Norte, a las montañas; superar el puerto de la Palombera y dejarse llevar por el rumor de los riachuelos que nos introducen en la Reserva de Saja-Besaya, entre frondosos bosques de robles y castaños. Allí quedan pueblos llenos de autenticidad, que han mantenido su arquitectura popular, ya sea en casonas blasonadas o en humildes cuadras; donde persisten los balcones corridos de madera llenos de plantas y las tradiciones se mantienen intactas por cada esquina. Hay que deambular entre calles de piedra por Carmona, famoso por sus abarcas,  o por Bárcena Mayor, junto al río Argoza,  donde se puede comer un cocido montañés, en Venta la Franca, que recordarás toda la vida.

 

  • Collados de Asón. Hay muchos caminos para dirigirse a la montaña oriental desde la costa, pero aquel que parte desde la bella localidad de Liérganes (casas de piedra, puente medieval sobre el río Miera), continua ascendiendo por las curvas del puerto de Alisas (bosques y vistas panorámicas al mar y a Santander) y acaba internándose en el parque natural de los collados de Asón es muy especial. Esta comarca montañosa alejada de las zonas más turísticas, conserva lugares donde la naturaleza y la mano del hombre se entrelazan. Hay que ponerse las botas de montaña y descubrir el nacimiento del río Asón, en forma de impetuosa cascada y dominar el vértigo en el mirador volado del Río Gándara, o internarse en las profundidades de la tierra desde alguna de sus numerosas cuevas visitables. Para comer el Restaurante Ronquillo, en Ramales de la Victoria, es una opción acertada y moderna, al igual que para hospedarse La Posada Aire de Ruega, en Mentera, ofrece en medio de la montaña comodidad y un desayuno copioso con unas vistas incomparables. Más al Sur queda el Portillo de la Sía, la entrada a las Merindades burgalesas, pero ésa ya es otra historia…

 

¡Hasta pronto!