Etiquetado: Gastronomía

La albufera, de Samuel Gallego

Comenzamos una nueva serie de entradas al blog en la que personajes de diferentes ámbitos nos recomiendan un lugar especial, que por diferentes motivos les emociona y al que suelen volver. Lo que nosotros llamamos su lugar en el mundo.

En esta primera entrega contamos con el diseñador e ilustrador valenciano, Samuel Gallego, que contesta a nuestras preguntas y nos transporta a un paraje cercano a Valencia: el parque natural de la Albufera.

¿Recuerdas tu primera visita o tu primer recuerdo de la Albufera? 

Con unos 8 años, un paseo en barca cruzando la Albufera y un comentario del barquero: «Antigament aquesta aigua era tan neta que beviem directament agafant-la amb la má i ens menjavem les rates en la paella

¿Cuál es tu relación con ella?

Atracción ocasional. Nos vemos cuando podemos, pero ella siempre está ahí.

¿Qué es lo que más te atrae de este lugar?

Su inmensidad y la vida que genera a su alrededor. Me gusta conocer cómo la personas interaccionaban y ordenaban su vida al compás de esta enorme (aunque ya bastante menor que antaño) balsa de agua.

¿La visitas periódicamente?

No. Las relaciones ocasionales son las mejores.

¿Crees que es suficientemente conocida por los valencianos o que simplemente la Albufera se está reduciendo a visitas de comida y paseo en barca?

Supongo que sí, a su forma. «Ché! Anem a fer-nos una paelleta o un all i pebre a l’Albufera«. 

Me resultaría más interesante que se conociera el saber hacer, los ciclos que se generan durante el año debido a ella, etc. Incluso otras formas de explotación, que no sólo el paseo en barca y la paellita.

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¿Por qué has pensado en ella para hacer proyectos de diseño?

Hay un movimiento que se llama «cradle-to-cradle«, el significado es algo así como «de la cuna a la cuna» y proviene de un libro con el mismo título. Básicamente lo que se promovía era la sostenibilidad completa. Es decir, un ciclo completamente ecológico, donde la materia que utilices no ocasione más puntos negativos que positivos, tanto al recogerla, procesarla y, una vez terminado su ciclo, se pueda devolver sin desestabilizar el ecosistema.

Con esto en mente, pensé que sería un buen punto recoger materiales en torno a la albufera (arena, tierra, algas, etc), porque nos daba una situación local donde arraigar el proyecto, e intentar desarrollar una materia que se pudiera tratar como arcilla, de modo que una vez tuviéramos la formula podríamos crear cuencos, vasijas o cualquier objeto deseado y una vez finalizara su vida útil, devolverlo al lugar donde se recogió. Conseguimos desarrollar la fórmula y crear algunos cuencos.

(link proyecto: http://cargocollective.com/samuelgallego/Sangonera )

¿Cuál es la estación del año mejor para una visita?

Mayo-Junio-Julio para ver los campos de arrozales inundados por el agua, lo que da una sensación de lago aún mayor. O Agosto-Septiembre para ver los arrozales verdes.

¿Qué rincón poco conocido es tu preferido?

No creo que sea poco conocido, pero mi preferido es el embarcadero del Palmar.

¿Recomiendas algún sitio para comer?

L’entrepà! No necesitas más. Hazte un bocadillo, da un paseo por el bosque del Saler, asómate a las dunas de su playa, entra en la explanada del lago y termina bordeando la Albufera. En cualquiera de los sombrajos entre pinares es un buen lugar para sentarte, descansar, divagar, incluso, vaguear y comerte ese bocadillo. Yo me lo haría de tortilla de patata, jamón serrano y tomate ‘restregao’ con aceite.

Muchas gracias Samuel.

¡Hasta pronto!

Un restaurante en la Naturaleza

La Serra del Espadà es último suspiro montañoso del Sistema Ibérico antes de llegar al mar. Separa las cuencas del Río Mijares y el Palancia, escondiendo multitud de lugares de interés: profundos barrancos donde perviven bosques de alcornoques centenarios, pueblos de casas encaladas y trazado medieval que recuerdan su pasado morisco, restos históricos como castros íberos o trincheras de la guerra civil…en definitiva, lugares maravillosos para disfrutar de naturaleza y el ambiente rural.

Uno de los últimos estímulos para visitar esta zona es el complejo Mar de Fulles. Bajo este sugerente nombre yace un proyecto de ecoturismo, formado por un hotel y un restaurante,  que persigue retos de autosuficiencia energética y búsqueda de la armonía con la naturaleza que lo rodea.

Sorprende la calidad y potencial del restaurante, a un nivel al que pocos de la provincia pueden llegar. La filosofía de trabajo reivindica el producto de proximidad y ecológico: las verduras son de su propia huerta, los pescados de las lonjas cercanas, el pan de cereales ecológicos y de masa madre; el AOVE, de variedad serrana, de almazaras de los pueblos de la sierra…

El resultado son platos vistosos, llenos de armonía y de sabor. Recetas sencillas pero con grandes dosis de imaginación y técnica. Trabajan únicamente con dos menús: estacional (4 platos) y degustación (7 platos) que rotan constantemente en función de las estaciones o la disponibilidad de algún producto, con lo que cada visita encierra nuevas sorpresas.

La interesante carta de vinos tiene también inclinación por vinos ecológicos y valencianos, pocos frecuentes y que permiten probar nuevos sabores.

El comedor, con la cocina a la vista,  es amplio y acogedor. Impera el diseño minimalista, en tonos blancos y neutros, y posee unas maravillosas vistas de las montañas colindantes a través de sus amplios ventanales.

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No se usan manteles, pero las mesas de madera maciza transmiten prestancia. La cubertería, la vajilla y una cuidada cristalería (marca stölzle) demuestran un cuidado máximo por los detalles, en la línea de trabajo buscada. El servicio es cercano y agradable.

 

Como complemento a la comida, vale la pena darse un tranquilo paseo por un camino marcado junto a Mar de Fulles. Es un sencillo recorrido de menos de media hora, que permite descubrir alcornoques centenarios y otras especies botánicas junto a un pintoresco barranco.

 

Ya sólo falta que os deis un homenaje y vayáis a disfrutar de este gran restaurante, situado en un enclave inmejorable. Seguro que disfrutáis.

¡Hasta pronto!

 

Donde cenar, ahora, en Benicàssim

Mucho ha cambiado el panorama de Benicàssim, para salir a cenar, desde la entrada Donde nos gusta cenar en Benicàssim… y creo que ha llegado el momento de hacer una nueva selección y no llevar a engaños a nuestros seguidores.

Hay que valorar las novedades, criticar las decepciones y despedir como se merecen los lugares que han cerrado. Allá vamos:

La temporada comenzó con el cierre de El Tinglado. Su recorrido benicense ha sido corto, la dirección ha preferido apostar más fuerte por sus locales de Castellón (Rústico y A Granel), dejándonos huérfanos de esos platos llenos de chispa que nos sorprendían tan gratamente.

En su lugar se abrió TopTen. Un restaurante & cocktail bar, mediterranean food. Si con este pretencioso nombre no fuera suficiente, resulta caro, con una carta poco emocionante y con un servicio penoso, que bate registros de bostezos por minuto. Muy olvidable.

Otra de las pérdidas de la temporada, quizás la mayor, la protagonizó La Traviesa, una de las joyas de la corona. Nos encantaba, por su desenfado y sensibilidad a la hora de acercarnos a las diversas culturas culinarias del mundo y qué bien trataban a la gente (¡Cuánto echamos de menos al entrañable equipo de antes!). Hubo un cambio de gerencia, tomando las riendas el Gasma (Gastronomía y Management Culinario) y todo se ha ido a pique, no somos los únicos que lo pensamos. Ni la comida, ni la bebida, ni mucho menos el servicio está a la altura de los precios elevados que se gastan. ¡Qué pena!

Entonces, ¿qué nos queda?

Nos queda El Mercado (Carrer Secretari Chornet, 25), con un nivel constante, que se mantiene fiable con una sabrosa cocina de producto; aunque nos desencanta la soberbia del grupo la Guindilla, al que pertenece, que sigue desembarcando tanto en Benicàssim y Castellón, con sus locales pretenciosos, llenos de postureo y precios elevados para lo que realmente sirven. Como el nuevo Shibuya, de orientación nipona, que vende humo a mansalva, o la Tasca la Guindilla, ya más establecida que cobra tarifas de estrella Michelín a la hora de cenar.

Nos queda Villa Angelita (Carrer Josep Barberà i Ceprià, 30), que también ha sufrido un cambio de gerencia, pero mantiene su servicio cercano y platos basados en la materia prima, ahora con algún toque más selecto, en un entorno muy agradable.

Y sobretodo, queda el Ciento 2 (Carrer Bàyer, 102).  Sin duda, la mejor recomendación actualmente en Benicàssim. Aquí  los precios sí que están acordes con un producto basado en la estacionalidad, una cocina sencilla pero con matices,  un servicio atento y un lugar acogedor para volver periódicamente. Un acierto asegurado.

Fuera del pueblo, desde una atalaya privilegiada que domina la costa de Benicàssim, abrió a principio de verano el Club Palasiet (Calle Pontazgo,8). Un lugar todavía falto de rodaje, pero que presenta buenas maneras. Una carta corta en rotación y una gran bodega prometen buenas cenas con el mar de fondo.

Volviendo al pueblo y para ampliar las opciones de cena, hay que reivindicar la tasca El Charquito (pescados y mariscos frescos, tortilla de patatas, boquerones en adobo) y la taberna Doma (sepia sucia, tortilla de ajetes y cansalà), dos lugares clásicos benicenses que de una forma más informal no suelen fallar.

A este nivel, se puede incluir también un local de apertura más reciente: la Mala Pecora (Plaza los dolores, 54), una coqueta taberna italiana para disfrutar de tablas de queso y embutidos, auténticos antipasti transalpinos y buena cerveza artesana.

Al final, como podréis comprobar, cenar por aquí sigue valiendo la pena…Ya sólo falta que vayáis vosotros a probar y opinar.

¡Hasta pronto!

 

 

 

 

 

¿Por qué nos gusta tanto Lisboa?

Porque es una ciudad grande pero abarcable, que invita al paseo y a perderse por sus barrios llenos de carácter, que no te hacen pensar que estés recorriendo una gran urbe, más bien, por momentos, una pequeña ciudad de provincias.

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Por la melancólica decadencia de sus calles, de sus fachadas, de sus edificios. No es abandono, no es dejadez es…no se sabe muy bien, pero resulta muy atractivo.

Por el paso de tantos pueblos (fenicios, celtas, romanos, visigodos, árabes, ingleses…) que fueron dejando su huella siglo a siglo.

Por sus siete colinas, como Roma, que encierran rincones llenos de encanto. Porque una ciudad con cuestas siempre es más bonita. Por los miradouros: Santa Catarina, San Pedro de Alcántara, Graça…que cada uno en su estilo regalan unas vistas maravillosas.

Y porque si, además de cuestas, hay río, la belleza de una ciudad se multiplica y Lisboa tiene el río Tajo que, aquí, cerca de su desembocadura parece un mar. Es emocionante pensar que desde este puerto los barcos portugueses circunvalaron África, recorrieron el océano Índico y llegaron a la India, trayendo riquezas que convirtieron a Lisboa en la capital más importante de Europa a principios del siglo XVI.

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Por la huellas del tremendo terremoto de 1755 que sacudió Lisboa y media península ibérica y el posterior tsunami, que cambió totalmente la fisonomía del barrio de Baixa y que dejó al Convento do Carmo con su frágil esqueleto de pilares como testigo mudo del paso del tiempo.

Por sus basílicas tan grandiosas como la de la Estrella con sus exuberantes mármoles o por su Seo, una catedral románica que más bien parece una fortaleza y que encierra muchos secretos.

Por las callejuelas, de trazados tortuosos de Alfama que evocan su origen árabe, siempre bajo la inconfundible estampa del Castello de San Jorge, con sus muros y almenas, agazapado entre grandes pinos.

Por la cantidad y variedad de pastelerías que pululan por la ciudad, sólo comparables a las parisienses y que encandilan incluso a los menos golosos. Porque los Pasteis de Belem están sublimes.

Por los bares exclusivos de ginjinha. Ese licor de cerezas artesanal patrimonio de los lisboetas.

Por sus casas de pasto, esas casas de comida tan auténticas donde se cocinan platos del día sabrosos y a buen precio. Por la gran variedad de pescado fresco (atún, corvina, pez espada…). ¡Qué no sólo de bacalhau vive el lisboeta!

Por el admirable Mosterio de los Jeronimos y los excesos fascinantes del arte manuelino. Por esa joyita que es la Torre de Betlem, como una frágil pieza de orfebrería, guardiana de la desembocadura del Tajo.

 

Por la variedad de azulejos que revisten las fachadas de tantos edificios, imprimiendo su sello único. Colores, formas, tamaños…de una inigualable belleza.

Por sus calzadas de adoquines que crean dibujos y formas variadas, que llenan aceras y plazas como la del Rossio o la del Comércio.

Porque el ambiente literario impregna la ciudad: de  Pessoa y sus poemas tristes, a la dignidad que impregna Sostiene Pereira de Tabucchi. Por la libreria Bertrand, la más antigua de Europa, que se mantiene abierta desde 1732.

Por la estampa eterna de sus tranvías amarillos y su dulce traqueteo. Por los elevadores, como el de Santa Justa,  que salvan grandes alturas entre calles contiguas.

Por sus importantes pinacotecas o por sus pequeños museos insólitos, como el de la farmacia, el de las marionetas o el del azulejo.

Por su ingente actividad multicultural: exposiciones, conciertos de música (no sólo de fado), arte urbano en forma de graffitis que cubren muros en muchos barrios, talleres de todo tipo en coquetas tiendas, que sorprendentemente huyen del postureo tan extendido hoy en día.

Porque está muy cerca, casi a tiro de piedra, en la misma península Ibérica y muchas veces parece que vivamos de espalda a Lisboa y Portugal.

No lo dudéis. Lisboa permite una escapada inolvidable para todos los gustos. No os defraudará.

¡Hasta pronto!

Un paraíso mediterráneo

La llamada autovía mudéjar, que parte desde el mar Mediterráneo en Sagunto, atraviesa muy rápidamente la ribera del río Palancia hacia tierras turolenses, sin dar tiempo prácticamente para detenerse en los detalles del camino. Algún lugar interesante se otea, como Segorbe, o la subida al calvario de Sot de Ferrer o la imponente torre campanario de Jérica. Otros se insinúan, como los bosques y montañas de la Serra del Espadà o la Serra Calderona, que flanquean al Norte y al Sur, respectivamente, el valle del Palancia. Otros hay que buscarlos con más cuidado, desviándose de la cómoda ruta.

Uno de ellos es Algimia de Alfara, un pueblo que suele pasar desapercibido y cuyo sonoro nombre evoca un pasado musulmán. Sus encantos no son evidentes, hay que saber rascar en la superficie, observar desde otra perspectiva para encontrarlos. Se encuentra a tiro de piedra del histórico Torres Torres, rodeado de huertas y campos de naranjos, de acequias y de pozos, de suaves colinas que nos acercan al mar…Un cúmulo de esencias mediterráneas y más aún en primavera.

En este pueblo, en una calle anodina, tras una fachada típica más, hay una casa rural muy especial, una casa que se desmarca de la excesiva proliferación de alojamiento sin alma a precios excesivos. Se trata de El Secanet.

Cuatro habitaciones espaciosas y muy luminosas, con camas muy cómodas esperan en el interior. La casa está decorada con encanto y sin muchos artificios; con varios rincones comunes para el relax y la lectura. Una sala con chimenea, para los meses más fríos, da el punto más acogedor.

El pequeño comedor se ilumina de forma natural a IMG_20160514_194025través de unas grandes cristaleras que introducen al huésped en el patio: el gran secreto del lugar. Porque el patio da paso a un jardín exuberante e inesperado, donde se suceden las fuentes y los parterres de flores exóticas, los rincones para relajarse, los árboles y hasta una piscina que no desentona para nada en todo este maravilloso entorno. Y más allá la huerta, que se cuida con mimo, al igual que el corral donde se encuentra una nutrida colección avícola: ocas, pavos reales, varias especies de gallinas, patos…

Vale la pena pasar la tarde leyendo o simplemente dejando pasar el tiempo, en un eterno dolce fare niente.

Sus propietarios Gemma y Salva, son unos anfitriones hospitalarios y atentos, que no rehusan la conversación amena, sin caer en falsos protocolos.

Al atardecer, es recomendable recorrer las tranquilas calles del pueblo, de trazado lineal y limpio, con casas encaladas y dinteles azulados. Abundan los espacios verdes, y una extraña y adormecida armonía lo inunda todo.

Los más mayores apuran los últimos rayos de sol en un banco corrido en la parte alta del pueblo, mientras departen sobre campos y gentes de la zona; no lejos, en la ermita de la Virgen de los Desamparados, los más jóvenes no dejan el móvil mientras escuchan música.

En una calle de bajada, una mujer sale de un portal con dos cachorros de perro muy juguetones y una jabato puro nervio. Niños con cortes de pelo imposibles pasan a toda velocidad con las bicicletas y continuamente intentan caballitos para sentirse los elegidos.

En la terraza del pub rockero del pueblo, mientras suenan canciones de Elvis o Little Richards, se ve la vida pasar tomando una cerveza y siguiendo los vuelos acrobáticos de las golondrinas y los aviones.

De vuelta al Secanet, nos espera una magnifica cena IMG_20160514_213236en un ambiente íntimo de luces atenuadas y música suave. La comida,  con ideas de la gastronomía Km 0, atiende a las estaciones y se nutre principalmente del huerto y del corral propios.

Salva sirve y describe con profesionalidad los platos que con muy buena mano cocina Gemma. El resultado es una sucesión de pequeños platos repletos de sabor y resolución sencilla: crema de setas con pensamientos, huevo poché de gallina araucaria (los que tienen la cáscara azul), ensalada de flores y fresas, quesos de Almedijar… y para terminar una deliciosa cocotte de pato. De postre un flan de naranja lleno de finura.

Al día siguiente, el desayuno, un apartado al que siempre le damos mucha importancia, mantiene las expectativas en cuanto a calidad y cantidad. Revueltos de espárragos, bocadillos calientes de sobrasada, frutas y zumos, quesos, embutidos, café, coca de naranja…van llenando la mesa y creando un festín en el que nos deleitamos sin prisas.

En resumen, un pueblo y una casa rural fuera de las rutas típicas para descubrir con calma…

¡Hasta pronto!